Tengo diecinueve años y toda mi vida he sabido que soy lesbiana. Me he acostado con un par de chicos en el pasado, para saber cómo era, pero al final me di cuenta de que no hay nada mejor que el olor y el sabor de ella, una mujer. También estoy tan cachonda que me masturbo todo el tiempo. Me encanta mancharme las bragas con mis jugos. No paso un solo día sin correrme.
Esta historia empieza cuando una chica con la que quería follar me invitó a pasar la noche en su casa. Es una chica virgen de dieciocho años, con grandes tetas, culo prieto, pecas, ojos color avellana, pestañas oscuras y labios carnosos. Es muy guapa, una especie de mezcla entre preppie y granjera. También es más heterosexual que un poste y le tiene un miedo atroz al sexo.
Ella era el objeto de mi deseo carnal
Mientras me preparaba para conocerla, empecé a pensar en pasarle los dedos por el pelo y enredar nuestras lenguas y me di cuenta de dos cosas: Necesitaba que me follaran e iba a pasar la noche con una chica preciosa. Supuse que me escabulliría al baño y me correría rápidamente y estaría bien mientras pasábamos el día juntas. Pero se me hizo tarde y nunca pude bajarme, así que estaba más cachonda de lo normal cuando salí para encontrarme con ella.
Estuvimos todo el día correteando, coqueteando ligeramente mientras mirábamos escaparates, y luego volvimos a su casa para prepararnos para cenar. Cuando terminamos de comer nos preparamos para ir a la cama y me di cuenta de que estaba en un lío. Olía bien y tenía aún mejor aspecto, ¡y me di cuenta de que tenía que hacer algo al respecto!
Ella se durmió primero y yo seguía caliente por follármela, así que deslicé lentamente la mano por mis pantalones, intentando no despertarla. Ya estaba empapada cuando empecé a frotar mis dedos sobre mi clítoris, deslizándolos dentro para follarme de vez en cuando. Intenté no hacer ruido, pero era muy difícil. Por suerte no se despertó cuando me corrí, así que me envalentoné y me quité por completo el pantalón del pijama. Para entonces solo llevaba una camisa de vestir de chico, que estaba desabrochada para poder jugar con mis tetas mientras me masturbaba.
Introdujo sus dedos en mi interior
Me estaba pellizcando los pezones cuando sentí un crujido bajo las sábanas. Lo siguiente que sentí fueron unas manos en la parte interior de mis muslos, ¡y desde luego no eran las mías! Juro que dejé de respirar cuando introdujo sus dedos en mi interior y frotó la humedad sobre mi clítoris. De vez en cuando me metía un dedo y lo movía.
De repente, se inclinó hacia un lado de la cama y sacó un vibrador que le había comprado en broma unas semanas antes. Lo encendió y me recorrió el coño con él, frotándolo contra mi clítoris y haciéndolo rodar de un lado a otro a lo largo de mi coño. Tenía los ojos cerrados todo el rato, así que no me lo esperaba cuando me metió los veinte centímetros. La mantuvo allí durante mucho tiempo antes de empezar a follarme con ella. Me preguntó si me gustaba que me follaran duro o despacio, y le pedí que me follara despacio con el vibrador. Se rió y empezó a follarme fuerte.
Cuando terminó, la ayudé a quitarse el pijama y le pasé la lengua por todo el cuerpo, lamiendo, chupando y besando hasta los dedos de los pies. De vez en cuando me ponía a su lado para poder saborear mi lengua. Tuve que seguir empujando sus manos sobre su cabeza, diciéndole que las mantuviera allí o me detendría. Ella gimió y prometió que se portaría bien, así que volví a trabajar con ella.
Le pasé la lengua desde los dedos de los pies hasta las rodillas y le besé los muslos hasta el vello púbico. Abrí sus piernas y empecé a besar su vientre, frotando su suave triángulo con mis dedos. Cuando llegué a su pubis, se arqueó para permitirme un mejor acceso. Tenía el vello negro más sedoso que jamás había probado. Todos los pelos estaban prácticamente lacios y se sentían bien contra mis labios, ligeramente húmedos y pegajosos. La besé una vez más, deslizando lentamente mi lengua entre sus labios, dándole la vuelta para mostrarle uno de mis talentos especiales.
Le pasé la lengua por los labios
Le pasé la lengua por los labios, sin acercarme siquiera a su clítoris. Cuando por fin lo rocé con la lengua, se sacudió contra mí hasta estallar en un hermoso orgasmo lésbico, tal como yo esperaba. La humedad que manaba de su coño se deslizó por la raja de su culo y se acumuló en un pequeño y pegajoso charco sobre las sábanas.
Después de mojarla lo más posible, a ella y a la cama, cogí el dedo índice y se lo introduje. Estaba tan apretada que pensé que mi dedo era lo primero que había tenido dentro, y me alegré de que fuera mi dedo y no una polla. Por fin conseguí hacer palanca y empecé a girar y girar, follándomela con amor y lujuria. Le penetré el coño con fuerza y ella tuvo otro orgasmo que nos dejó a las dos exhaustas pero con ganas de más…